Cuarenta días después, me siento delante del ordenador e intento volver a garabatear alguna frase. Intento darle sentido a esto de la escritura, de los relatos o pajas mentales. Al final de cuentas a las palabras se las lleva el viento, pero al leerlas vuelven a grabarse en la memoria colectiva. Dejan marcas, son dolorosas y pueden hacer estragos. Estoy sentada en un gran sofá en el salón de un piso precioso en la Barceloneta. Desde los grandes ventanales puedo ver y oír el mar girando con el viento. Durante el día, la tarde, la noche, ahí esta dándose tumbos y haciendo eco sobre mi. Tengo la vista mas magnifica del mar en primerísimo primer plano. Es un piso maravilloso que me ha dejado la madre de B por unos largos y decisivos días. Ha sido un mes de tantísimos cambios y novedades en el historial de mi vida. Así que aquí estamos en la Barceloneta luego de una semana muy intensa, reviviendo los recuerdos de cuatro años compartidos en esas paredes. Atrás han quedado los olivos y ficus en el balcón, las escaleras de la Riera Blanca y la carnicería de Santi, el Sordi Discau, el paqui de la esquina, la línea roja del metro y el Camp Nou a ocho calles. Atrás esa calle que tantas alegrías y tantas lagrimas me dio y nuestro primer intento de hogar. Atrás: en el pasado de nuestras vidas. Ahora un futuro muy cercano nos espera. Aunque aun no podemos describirlo. Intentamos hacer algún esbozo de lo que vendrá. Hay tantos sueños. Tantas posibilidades y todo es de un cristal muy fino que no sabemos si vamos a poder sostenerlo juntos…
