28/12/08

JustinE


Justine tiene miedo. Corre una atlética carrera desesperada hacia la nada. Huye con potencia hacia la ausencia. Corre rápido y no llega a ningún sitio. No tiene y tampoco encuentra, la forma de escaparse de ella. Justine perdió peso. No tiene ganas de nada. Hasta masticar le cuesta: La vida la enfrenta día a día. Justine siente miedo. Está sola. Tiene muchos amigos, pero está sola. Sola entre compañías. Sola entre multitudes y le tiembla el cuerpo. Se acuesta y su íntegro cuerpo tiembla y el corazón se le acelera. Más miedo. Justine anhela abrazos rodeándole el cuerpo. Brazos. Manos. Piernas sobre su cuerpo. La gravedad corpórea de otro cuerpo la sosiega. Un simple abrazo. Abrazos múltiples. Justine se encierra en el cuarto amortiguado y mira la vida solamente por la claraboya. A su vida, la ve pasar por la ventana como un destello. Se encuentra triste, fea, apenada y vieja. Extraña ser la falta. Dentro de ella existe un universo de vitalidad mal encausado. Justine tiene intenciones. Buenas intenciones. Hermosos planes, pero mientras tanto, la vida la acobarda. No se anima a hacerle frente al miedo. No comunica lo que vive. Disimula cosas. Es cruel. Demasiado cruel con ella misma. Se impone sus propias reglas. Se inventa fronteras. Su misma pasión la limita. Pide límites a gritos. Se crea tantos límites que se termina limitando todo y le cuesta caminar a solas por la calle. Sola. Sola se traiciona a sí misma infatigablemente. Tiene constancia para traicionarse. Para eso sí, no falla nunca. En eso es una verdadera experta. Sabe muy bien, muy adentro, que la reunión con ella misma se va a producir. Todavía no sabe cuándo, ni donde. En algún momento se va a poner de acuerdo. Todavía no puede. Está terriblemente enojada con ella. Se quiere parcamente. Poco. Casi nada. El odio mudo azabache se le compenetró intrínsecamente en el reflejo. Le está lánguidamente desmenuzando las venas hendidas. El darse cuenta. El mirar de cerca a la impudicia con la que amalgamó sus verdaderos sentimientos. ¡Si la vieras! ¡Si tuvieses la sagacidad de meterte por un segundo dentro de ella! Pero eso es imposible. Los cobardes del amor son repugnantes, en el monstruoso sentido del léxico. Horribles. La liviandad la asusta. La asustó siempre, no es ninguna novedad. Por supuesto; para los cobardes: la vida leve. El amor genuino es plenamente incoherente, extravagante, virginal irracionalidad. De otra forma, Justine no lo concede. No lo conoce. El poderío de su mente cargada es infinito. Un fuliginoso máuser en brasas a punto de ser bombardeado, escupido, hacia la encarnizada insensibilidad humana. Después de todo, existe más vida en la jungla que en el pavimento. No es que ella esté formada de un desfiladero de lágrimas, es demencialmente ultra delicada, atómicamente impresionable. Bien podría llamarse: “La granada atómica de las emociones.” La granada corpuscular todavía no grita, ni detona. No se atreve a tanto. Le falta un poco de tiempo e historia. ¡Cómo va a atreverse! Aún es solo un arma cargada…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

justin, me gusta mucho tu escrito?
Angels

V dijo...

NO quiero volver a ser Justine, NUNCA!! Besos

Anónimo dijo...

Que realto mas hermoso!!
Es genial..
Besos,
siempre te leo.

Paula

Anónimo dijo...

Cuando volves a escribir???