9/2/09

Living B.A


Vuelvo a caminar por las calles de mi Buenos Aires querido. En la distancia, he aprendido a quererlas. En verdad las he querido mucho siempre. Me acuerdo cuando a los veinte estaba fascinada con Corrientes y Montevideo. Por la magia invisible que me concedía esa esquina y gran parte de Corrientes. La calle que se fue a dormir hace años. Quizá debido a aquel encuentro, con aquel director de cine que me atormentaba la cabeza. Aquella calle. Aquellos años. Aquellos miércoles esperando en la puerta de Gandhi. Aquella esquina mítica en el historial de mi vida. Camino y esquivo el ruido infernal, el smog y los insultos de los transeúntes. Camino y ensayo enmendar aquel recuerdo en el presente y lo convierto en algo maravilloso. En una marca en mi memoria. En una calle con nombre propio e historias verdaderas. La cartelera de teatro es muy diversa. Doy fe que hoy en día es la única ciudad del mundo donde se pueden ver tantas tablas. No tiene absolutamente nada que envidiarle a Europa, ni a Nueva York. Salvo el dinero invertido. Nada más. Sigo circulando y me gusta mucho lo que veo más allá de la triste realidad social de cada día. Me gusta el ambiente saturado que se respira. La gente esta viva o sobrevive pero viva. No hay orden. No hay rutinas. No existen los horarios. El caos es el emperador. Todo es inestable. Nada funciona urbanamente. Eso es lo que define a Buenos Aires y la hace impar e inigualable en el mundo. Me pierdo. Me dejo perder por sus calles. Me dejo embriagarme de este aire viejo pero renovado e intento olvidarme de mi otra vida. De mi otra mitad. De B en todas sus formas. Del auto encierro a su lado. Del yo que quiere escaparse. Del dolor causado. Me pierdo e intento levantar un presente maravilloso, pese al océano que me fragmenta en dos…



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