Asi hablo Formentera
Son las doce de la noche de un martes cualquiera del último día del mes de junio del año dos mil nueve y estoy dentro de la furgoneta blanca que esta detenida a unos metros de la casa de B sobre la arena. Recién termino de cenar unos spaghettis con sabor a mar y ajo. B duerme de costado hace tres horas como mínimo. Dentro hay ropa y libros tirados. “Así hablo Zaratustra” descansa sobre un pareo. Hay conchas de mar. Restos de comida por comer. Botellas de agua Solans de cabra. Papeles en blanco y dos corazones en llamas. Me he pasado semanas alternando entre el bosque de Mitjorn y la furgo y de la furgo al bosque y con suerte, algunas tardes, he caminado hasta el mar a unos cien metros. El Km. 8.9 se ha transformado en una realidad paralela para mí. Es un camino de ida. Como abrir una puerta oculta o invisible y perder las llaves. Es un camino con muchas piedras agujereadas como su nombre. Un camino de tierra y piedras de unos trecientos metros o un poco mas, con alguna que otra casa en el medio y luego al final, a lo lejos, el mar. Y las estrellas. Y el viento. Es un camino único que me tiene hechizada. Paseo x aquí con mi bicicleta y es todo un ensueño pero muy real. Aunque la realidad es relativa. La mía lo es por estos días junto a B. Ya he perdido el sosiego y la alegría que he traído de Londres. He perdido la sonrisa de Buenos Aires y solo me queda una mueca delgada que suspira por algo mejor. Me queda el gesto ese que no me gusta. El impuesto. El de la obligación o el compromiso por un mañana mejor. Formentera tiene estas cosas. Puedes vivir el infierno en el paraíso sin proponértelo. Las ataduras entre las personas son tan tangibles y tan esclavas y tan marcadas y estipuladas. La mía con B se ha deteriorado hace rato. Esta marchita. Va marchitándose un poco más día a día aunque de forma inconciente queramos evitarlo. De forma conciente no queremos evitar el deterioro. Pero existe un lazo invisible de oro que nos une y nos hace esclavos del desamor, de la falta de respeto y de la cobardía. He pasado noches enteras pegada a su cuerpo mirando las estrellas más hermosas del universo y respirando Formentera. Tragándome la isla de un solo trago. Pero no ha sido suficiente para sanarnos. La naturaleza no es suficiente. Ni la escenografía más maravillosa del mundo puede salvarnos. Ni los rayos del sol que nos dan por toda la cara. Ni el azul turquesa posedonia. Ni la arena. Ni las cuevas. Ni las rocas. Ni la espuma del agua, ni la de nuestros días…
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