3/10/11

Valencia - Gandia


Y una vez más he abandonado la isla llevándome conmigo todo el equipaje. Llámese: carga emocional, peso pesado, municiones, granadas a punto de detonar y bombas molotov Express. He cogido el barco en el puerto de Formentera con destino a Denia donde mi amiga Carol espera por mí. Lo que iba a ser un viaje breve y agradable término siendo una mini pesadilla vomitiva. El clima cambio de repente y una tormenta de viento feroz se desplomo sobre el mediterráneo. Las olas se agigantaron y el movimiento fue continuo como si flotásemos en una balsa de madera en pleno temporal. Me he pasado las cuatro horas con nauseas espantosas y vomitando sin parar. ¡Vaya encanto de viaje! Se podía ver a la mayoría de la gente con su bolsita en la mano echando vómitos por todo el barco. Vamos, una delicia de viaje lleno de bilis.
Llego al puerto de Denia de noche y estoy en un estado nauseabundo y galáctico. Sacudida por las olas, camino por la calle como una zombie y me subo directo al coche. Carol es un encanto y no para de hablar. Tiene un ritmo acelerado que me hace gracia como las situaciones aterradoras que cuenta que también me hacen gracia porque me siento muy identificada y solo puedo reírme, esta claro, que de nosotras mismas. Carol toca el violonchelo y esta pérdida en Gandia, un balneario de playas grandes, restaurantes y bares vacíos y personajes de la tercera edad que buscan calidad de vida. Gandia no esta mal. Se respira algún tipo de sosiego y es justo lo que estoy buscando en estos días. De todas formas, creo que pasara ante mí, sin pena ni olvido. Aunque siempre recordare Gandia por Carol.
La rutina fue simple. Comer. Intentar dormir, Ver películas. Leer libros. Volver a comer y andar en bicicleta. De todas formas, se que no hay nada que se pueda hacer para aliviar el dolor cuando este se ha metido muy adentro. Con Carol trazamos grandes planes imaginarios: Viajes por el mundo. Volvernos ricas con el juego. Mandar a todos los hombres a tomar por culo. Convertirnos en poderosas croupiers y bailar coreografías al estilo Britney Spears en un hotel All Inclusive de Las Vegas. Luego deliramos con el casino profundamente y terminamos cada noche apostando plenos rojos en la ruleta del casino de Gandia. Entre plenos y semiplenos, rojos y negros, impar y par y primeras docenas nos pasamos las noches entre personajes borrachos y chinos apestosos desorbitados por el juego que apostaban sin parar  cientos de euros cada vuelta. Y así entre ganancias y perdidas, matábamos la angustia angustiándonos el doble por el pequeño vicio de cada noche: “Hagan juego señores”
Resumiendo: Así nos pasamos más de diez días, entre Valencia y Gandia. Abrazándonos a los árboles en el botánico de Valencia, mirando exposiciones en el IVAM, caminando por El Carmen, perdiéndonos por Rufaza, viendo pisos que nunca íbamos a coger, dando clases de chelo en la escuela de música, visitando la filmoteca nacional, mirando El inquilino de Polanski (cuatro o cinco veces en la misma semana) y pensando solamente en rojos y negros…

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