22/6/10

TRASH



Estoy en Cabildo. La avenida de las primeras luces resplandecientes. Los primeros encuentros. La aparición del mundo. Los negocios. Los cines. El bullicio. ¡Cuánto he caminado por Cabildo en mi tierna-rebelde adolescencia! Me gustaba Cabildo. Ya no me gusta Cabildo. A los quince años tenía un novio skater que atendía un local que estaba en una galería sobre Cabildo. Creo que era la galería: “De los Andes”. Ya no recuerdo. El local se llamaba Trash. Famosa marca de Skaters. A su vez había una sucursal de Trash en la galería Bond Street. Entonces nos la pasábamos todo el día entre la Bond y Cabildo. Estaba en segundo año del colegio secundario y llevaba un Jumper cortisimo azul con un lazo colorado y corbata al tono muy mal puesta. En ese entonces iba al Carlos Pellegrini de Caballito. Uno de los tantos colegios del cual me echaron y al cual no iba nunca o entraba dos horas y me escapaba para Trash. Solo me gustaba ir a clase para estar con mi amigo Dieguito que me regalaba stikers de Snoopy, libros robados en el parque Rivadavia y me hacia reír a carcajadas. También me gustaba salir al recreo para mirar a los hermanos Celaya. No recuerdo ya casi nada de ellos. Solo su apellido. Me escapaba del colegio para ir a Trash y estar sola con mi novio de ese entonces. Y entre tablas y accesorios para patinetas y camisetas nos amábamos. Y desayunábamos, comíamos y dormíamos dentro de una bolsa de dormir sobre el suelo del local. Y el día era perfecto. Y la tarde. Y la vida dentro de ese espacio. El plan era ese. Armar la vidriera. Revolearnos perchas. Besarnos apasionadamente durante todo el día. Salir a comer al Burger King e ir al cine a la función trasnoche y luego los viernes ir a bailar a Jazzie, los sábados a Rainbow y los domingos a New York City. Como me gustaba el amor entonces. Era todo tan novedoso. Tan apasionado. Inmortalmente joven. Así me sentía yo. Tan vital.

He conocido a mucha gente en esa época. Gente a la cual me encontraba en fiestas y recitales y tomabamos ginebra, fumabamos marihuana y toda mi felicidad de ese entonces consistía en escuchar grupos nuevos rebeldes, ir a Cemento, a Bajo Harlem y enamorarme momentáneamente de algún chico que escribiese canciones. Preferiblemente canciones de amor, pero con acordes llenos de rabia. En mi adolescencia, mi vida se había convertido en un grito revolucionario de protestas contra el sistema, en una canción permanente de alaridos anarquistas, en una cresta en el pelo, en pantalones destrozados, en zapatillas de todos los colores, en todo lo que significase antisistema. Pero mi rebeldía no se fundamentaba en mis zapatillas, ni en mi atuendo. Era algo mucho mas profundo. La mayoría de los hechos que me rodeaban, parecían una vertiginosa montaña rusa que no terminaba nunca, y en donde el último carrito era imposible verlo desde abajo, pero era encantador subirla. Entonces estoy en Cabildo y me asaltan a la cabeza infinitos recuerdos de otras épocas, mientras que espero a mi padre en la puerta del cine para ver la nueva película del genio torturado polaco loco de Roman Polanski.

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