20/12/10
Rezo por Vos
Estoy en Marrakech. La ciudad roja. La ciudad loca. La ciudad mística y mítica. La ciudad rápida y atiborrada de transeúntes con sus velos, algunos descalzos, otros pasean gallinas en carritos, otros pasean carritos con mandarinas y plátanos. Otro te grita, te llama, te ofrece el mundo, para luego regateártelo. Otro te invita a su tienda y te dice: solo mira. Solo mira. Y luego suelta el ¿Cuánto? ¿Cuánto? Tu le dices, ochenta, el te dice, cien, tu le dice adiós, el te dice ¿Cuánto? ¿Cuánto? Tú le dices sesenta. El te dice, ochenta y así nos pasamos minutos, hasta que la oferta cae y te llevas unas babuchas por cuarenta Dirhams o cuatro euros y así es la vida en la medina cada día y a cada hora. La venta. Le venta. El sabor. El pasar a sus tiendas. Los días de ferias. El mercado bereber. La lana de las ovejas. La plantita de menta en la nariz para no morirte de asco por el olor de la carne al aire libre sin nevera y de las gallinas en jaulas una detrás de otra. Y las moscas. Y los burros. Y las motos que te esquivan a la perfección una detrás de otra. Y así es Marrakech, con la oración cada mañana en la Mesquita y sus millones de oradores, levantan el murmullo que podría derribar cualquier muro. Y la ciudad y su muro rojo. Y las mesquitas solo para los islamitas. Ningún turista puede entrar. Y yo rezo por vos en mi mente. Le rezo a la meca. Y peregrino por mi sueño contigo. Sueño roto. Sueño abandonado de momento. Y de la Mesquita Koutoubia al jardín de la menara y su avenida Mohamed V y el palais Badii y las tumbas sadadiens y el hotel Mamounia y su casino y el casino Sadie y los jardines Majorelle y la ruta del oasis con sus palmeras y camellos y canchas de golf y el souk de los cueros, y el souk de las babuchas y los famosos hamman o baños públicos y el cus- cus y la pobreza en su máxima expresión y los locos sueltos sin casas sin almas, entregados a la vida loca y sus noches con whiskys berebere y sus rituales. Aquí estoy en Marruecos intentando olvidar el ayer, antes de ayer y el mañana. Intentando que me cambien por doscientos cincuenta camellos y marcharme al desierto de Sahara y dormir infinita sobre la arena bajo una tormenta. Aquí estoy llorando por que la pena es muy grande en una ciudad así, con sus anónimos y llenos de valentía, habitantes. La vida no vale nada. Todo se regatea. Y la turista italiana mira con asco los puestos de comida donde hay carne sin heladeras, cus cus, sopas del día, langostinos e infinidad de platos. Y la parte nueva de la ciudad es rica, totalmente, con sus bares de diseño, sus mega hoteles como el SofiTel y tiendas de sushi. La parte nueva no huele a la Medina. No huele a pobreza. No huele a tristeza. En fin, pasar por esta ciudad no puede ser indiferente para nadie. Es una ciudad llena de luz, de arquitectura, de historia, gente y olores. Cerca del desierto de Sahara y de las montañas del Atlas y sus mil y una noches que nunca acaban. Invierno. Feliz en mi Riad con plantas y pipas para fumar y techo descubierto y jardín debajo en la capital del antiguo imperio marroquí.
“De primeras te extraña y después te entraña”.
Fernando pessoa sobre Marrakech.
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