Luego de idas y venidas e indecisiones mentales. Cojo un vuelo a Marruecos con una amiga. El destino suena más que interesante: Marrakech. África. Calor. Cultura diferente. No europeos. No rules. Al salir del aeropuerto de la Menara la sensación es única e indescriptible. Es de noche y a lo lejos, todo parece seco. Seco y rojizo. Lo primero que debemos afrontar es el trayecto hacia el centro de la ciudad. En la calle, una fila de taxistas se pelean y discuten precios con los pasajeros absortos. Nos dirigimos a la parada del bus y se acerca un taxista e intenta iniciar el regateo. Nos dice por ciento veinte dirhams al centro. Nos miramos y le decimos sesenta. Dice que no. Que es muy poco. Una fila de taxis Mercedes Benz prenden las luces. Y otra vez continua con el regateo y al final cerramos por noventa entre tres personas. Mi amiga y yo, y un australiano desorbitado que esperaba en la parada al lado nuestro. Durante el trayecto quedamos pasmados. Todo parece seco y árido y rojo. El tráfico se nota caótico. Las calesas y sus caballos, las motos a toda pastilla, las bicicletas, los taxis pitando el claxon. Todo el mundo toca el claxon en todo momento y a cualquier hora. El taxista es simpático. Dice “OH Arshentina” “Messi, Maradon”, la típica representación. Pues si. Messi, Maradona, dulce de leche, bla, bla. En menos de treinta minutos llegamos a la plaza Djemma El Fna. Al bajar del taxi a cien metros de la plaza, el ritmo del tiempo cambia completamente. Hay una locura en el aire. Una aceleración máxima. Una vibra paranoica y frenética. La vida en una velocidad sin igual. Un tiempo como de otro siglo y muy moderno a la vez. Una plaza con sabores y olores inigualables. Con caballos y látigos. Serpientes encantadas. Juglares. Monos con pañales asustados. Tiradoras del tarot en Frances con doblaje a un español confuso. Vendedores de frutos secos. Zumos de naranjas de los más ricos que probé en mi vida a cuatro céntimos el vaso. Comerciantes rateros que venden imitaciones de las mejores marcar del mundo. Anteojos por doquier. Puestos de comidas. Las mujeres con sus velos. Los hombres con sus ansias. Turistas perdidos. Hombres mirando la nada. Hombres con gallinas en la cabeza. Islamitas crazy. Borrachos que danzan y la gente los aplaude. Niños insistidotes que dicen “no guía” y te acompañan hasta el fin del mundo. Tradiciones árabes. Vamos, un terremoto visual para el recién llegado de la cuidada y perfecta Europa sin huellas. Europa no tiene huellas. África esta sucia de las huellas. La gente vive. Vive. Solo vive al cien por ciento. Todo es necesidad y apremio. Oferta y demanda. Supervivencia al baile del regateo. Babuchas. Chaquetas. Teteras árabes y sus te de menta. El tiempo no existe. Vuela. Se vive. Se consume en un instante toda una vida. Vaya locura de sitio. Hola: ¿Italiana? ¿Española? ¿Mariah? Eres bienvenida. Bienvenida. Bienvenida. Bienvenida. Bienvenida a Marrakech, la ciudad roja…


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